En 1892, la Société des Gens des lettres, presidida por Zola, encargó a August Rodin una escultura de Honoré de Balzac para la conmemoración del centenario el Maestro, que se celebraría en 1899. El escultor aceptó y prometió que estaría terminada en 1893. Al no saber nada de la obra y algo inquietos, el comité se inquietó y visitaron el taller de Rodin, encontrándose con “una masa informe, una cosa innombrable, un feto colosal”. Exigieron que la estatua estuviera acabada en veinticuatro horas. Pero Rodin no la terminó hasta… 1898.
Se expuso en el Salon de ese año y el presidente, Félix Faure le dió la espalda ostensiblemente. La prensa bienpensante despotricó contra este “horror”, las asociaciones patrióticas se exaltaron, denunciándola como “antipatriótica” y la Société des gens de lettres rechazó la estatua, que encontró unos pocos defensores aislados, como Mirbeau o Toulouse Lautrec.
Entre unas cosas y otras… la estatua no encontró su lugar hasta el caluroso día 1 de julio 1939.
Desde entonces, como un menhir, Balzac se alza en el carrefour Vavin, en el punto donde se cruzan los boulevards Raspail y Montparnasse.
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