Mujeres de la « Rive Gauche»
Shari Benstock
Traducción de Victor Pozanco. Lumen. Barcelona, 1992. 600 páginas, 4.600 pesetas
Shari Benstock
Traducción de Victor Pozanco. Lumen. Barcelona, 1992. 600 páginas, 4.600 pesetas
"HACE un par de años, en esta misma editorial y colección se publicaba el espléndido trabajo de la profesora norteamericana Noel Riley Fitch sobre "Sylvia Beach y la generación perdida», en el que, con aplastante documentación y buen estilo narrativo. se nos iluminaba la parte más cotidiana y casi periodística de ese brillante momento de la literatura anglosajona contemporánea que del lado norteamericano se conoció por el apelativo citado -«generación perdida»- y del británico se ha inscrito en el amplio movimiento que ellos denominan «modernismo». El libro se centraba en la biografía de Sylvia Beach, la librera y editora norteamericana que fundó y dirigió en París desde 1919 hasta finales de 1941. en plena guerra mundial, la librería «Shakespeare and Company», en la calle del Odéon -tras un principio cercano, en la calle Dupuytren-, que fue la benefactora de Joyce, quien primero publicó «Ulises», y gran protectora y animadora de los grandes escritores de aquella generación, junto a su amiga y compañera la escritora, editora y asimismo librera francesa Adrienne Monnier, propietaria de otra librería, situada en la misma calle y casi enfrente, «La Maison des Amis des Livres».
Este libro que ahora aparece de la profesora, asimismo norteamericana, Shari Benstock, «Mujeres de la "Rive Gauche" (París, 1900-1940)», insiste en el mismo paisaje reduciendo notablemente sus límites y personajes, aunque también profundizando considerablemente en su metodología. El libro de Riley partía de un personaje fundamental, la propia Sylvia Beach y sus dos grandes acompañantes, Adrienne Monnier y James Joyce, mientras el resto -la miríada- de las ilustres figuras, aunque bien descritas, se trataban como en escorzo, y en todo caso se trataba de un libro historicista y culturalista, bien que magníficamente escrito, como un gran reportaje. Por el contrario, el de Benstock elige nada menos que veintidós protagonistas, otras tantas mujeres que escribieron o publicaron durante aquellos años en la capital francesa, y que fueron, bien eficaces comparsas del modernismo inglés y la generación perdida norteamericana, bien protagonistas de pleno derecho en ambos movimientos. Y, al mismo tiempo, este libro se pretende de crítica literaria, aunque al emplear una metodología más concreta -la de los estudios feministas- resulta ser más de crítica histórica, psicoanalítica, sociológica y cultural que literaria en suma.
Muchos de los nombres de las protagonistas apenas dirán nada al lector español no especialista, mas no hay que asustarse ya que tampoco aparecen estudiados en profundidad, como son los casos de Margaret Anderson, Kay Boyle, «Bryher», Caresse Crosby, Nancy Cunard, Jane Heap, Maria Jolas, Mina Loy, Solita Solano o Renée Vivien. Sorprende que otras de estas figuras, como la de la periodista Janet Flanner, reciba tan detenida atención, un capítulo completo, más que la concedida, por ejemplo, a Anais Nin o Jean Rhys, de mayor importancia creadora. Las verdaderas protagonistas del libro son sin duda, por orden cronológico, Edith Wharton, Natalie Clifford Barney, Gertrude Stein -con el apéndice de Alice B. Toklas-, Djuna Barnes, Hilda Doolittle, las dos libreras citadas, Beach y Monnier, y la francesa Colette. Y hay que hacer constar que los estudios dedicados a Wharton, Barney -verdadera sacerdotisa del feminismo lésbico, dueña de una gran fortuna, que escribía en francés versos hoy bastante superados-, Stein, Barnes y Doolittle son espléndidos, lo que en el caso de esta última -la «H. D. imagiste», que descubriera Pound, cuyo prestigio se ha afianzado en los últimos tiempos de manera espectacular- constituye un verdadero tesoro para el lector español preocupado por la poesía de nuestro siglo.
Tras repasar la lista, se verá que el denominador común que todo lo unifica es el del feminismo, y no solamente eso, sino, dentro de él, el feminismo lésbico, ya que trece de los nombres propuestos eran lesbianas, desde las más provocadoras y apologéticas -como Natalie Barney- hasta las más dolorosas -Djuna Barnes-, o «normalizadas» y estables, como Gertrude Stein y Toklas o las dos libreras de la calle del Odéon. Sorprende la ausencia de un nombre como el de Radclyfe Hall, la célebre autora de «El pozo de la soledad», que es eliminada casi de un plumazo por ser una mujer homosexual «masculinizada», pero se explica la de las francesas «Rachilde» o Noailles, básicamente heterosexuales, lo que asimismo choca con la presencia de Colette, que, si bien lo hizo en algún momento de su vida a derecha e izquierda, también lo fue (hetero) de manera radical. Pero esta presencia viene impuesta por la importancia radical de la novelista francesa en la historia y en la literatura, y hasta en la evolución del feminismo en nuestro siglo, aunque sin duda rompe la homogeneidad del grupo elegido, básicamente anglosajón. En realidad, también Gertrude Stein es parcialmente rechazada por la «conyugalidad» de su lesbianismo, aun reconociendo el gran valor de sus aportaciones literarias dentro del modernismo anglosajón. Y de hecho, otras escritoras más o menos heroicas como Nin y Rhys, poco o nada tuvieron que ver con el resto del grupo ni con el feminismo en general, Edith Wharton -la gran discípula de Henry James- fue un gran modelo burgués para la novela norteamericana de la época, y hasta la genial Djuna Barnes, tras escribir el doloroso y magistral testimonio de «El bosque de la noche», decepcionada de todo, se refugió en la soledad y la misantropía al final, durante más de cuarenta años.
El libro rechaza de plano figuras y obras como las de Ezra Pound o Marcel Proust -homosexual vergonzante en opinión de la autora- o apenas roza otras como las de André Gide, Pierre Louys -autor erótico a quien se califica, con manifesto error, de homosexual a su vez- o Rémy de Gourmont, el gran crítico francés tan admirado de Pound, que tan estrechas relaciones literarias mantuvo con Natalie Barney, a quien dedicó sus «Cartas a la Amazona». El ataque contra lo que aquí se denomina «cultura patriarcal» es tan constante y obsesivo que, al final, el método del libro resulta perfectamente reduccionista. Un ejemplo extraído del ataque a Ezra Pound en la página 49: «Más importante que especular acerca de quien tenía un ojo crítico más certero es percatarse que las relaciones de Pound con las mujeres eran difíciles y tensas». O cuando se señala que el mismo Pound es recordado «por sus importantes aportaciones literarias», mientras que la de «las mujeres modernistas ha sido ignorada y subestimada». Vaya por Dios, si esto es crítica literaria que baje y lo vea.
El feminismo ocupa un lugar importante dentro del pensamiento contemporáneo, pero la crítica literaria inspirada en él, preferentemente francesa y norteamericana, todavía no, quizá por su tendencia a autoconsiderarse como un método totalizador, que puede dar razón de todo. Su testimonio, liberador y hasta revelador de obras y figuras importantes, es muy estimable, pero en ocasiones cae en excesos discutibles. Si el feminismo no da razón de toda la realidad -en todo caso sólo podría darlo de su mitad- el feminismo lésbico todavía puede ser más reductor si se emplea con tal espíritu «evangelizador» y revanchista, de la misma manera que si existe una estética «de lo» homosexual en el terreno masculino, sus extrapolaciones conducen a extravíos más espectaculares y divertidos que certeros. Estos caminos, fértiles en cuanto revelan zonas poco explotadas -por demasiado explotadas, silenciadas y alienadas- de lo real, no pueden ser transitados, por su propio bien, con espíritu tan vindicativo. "
RAFAEL CONTE- ABC literario (s/f)
Este libro que ahora aparece de la profesora, asimismo norteamericana, Shari Benstock, «Mujeres de la "Rive Gauche" (París, 1900-1940)», insiste en el mismo paisaje reduciendo notablemente sus límites y personajes, aunque también profundizando considerablemente en su metodología. El libro de Riley partía de un personaje fundamental, la propia Sylvia Beach y sus dos grandes acompañantes, Adrienne Monnier y James Joyce, mientras el resto -la miríada- de las ilustres figuras, aunque bien descritas, se trataban como en escorzo, y en todo caso se trataba de un libro historicista y culturalista, bien que magníficamente escrito, como un gran reportaje. Por el contrario, el de Benstock elige nada menos que veintidós protagonistas, otras tantas mujeres que escribieron o publicaron durante aquellos años en la capital francesa, y que fueron, bien eficaces comparsas del modernismo inglés y la generación perdida norteamericana, bien protagonistas de pleno derecho en ambos movimientos. Y, al mismo tiempo, este libro se pretende de crítica literaria, aunque al emplear una metodología más concreta -la de los estudios feministas- resulta ser más de crítica histórica, psicoanalítica, sociológica y cultural que literaria en suma.
Muchos de los nombres de las protagonistas apenas dirán nada al lector español no especialista, mas no hay que asustarse ya que tampoco aparecen estudiados en profundidad, como son los casos de Margaret Anderson, Kay Boyle, «Bryher», Caresse Crosby, Nancy Cunard, Jane Heap, Maria Jolas, Mina Loy, Solita Solano o Renée Vivien. Sorprende que otras de estas figuras, como la de la periodista Janet Flanner, reciba tan detenida atención, un capítulo completo, más que la concedida, por ejemplo, a Anais Nin o Jean Rhys, de mayor importancia creadora. Las verdaderas protagonistas del libro son sin duda, por orden cronológico, Edith Wharton, Natalie Clifford Barney, Gertrude Stein -con el apéndice de Alice B. Toklas-, Djuna Barnes, Hilda Doolittle, las dos libreras citadas, Beach y Monnier, y la francesa Colette. Y hay que hacer constar que los estudios dedicados a Wharton, Barney -verdadera sacerdotisa del feminismo lésbico, dueña de una gran fortuna, que escribía en francés versos hoy bastante superados-, Stein, Barnes y Doolittle son espléndidos, lo que en el caso de esta última -la «H. D. imagiste», que descubriera Pound, cuyo prestigio se ha afianzado en los últimos tiempos de manera espectacular- constituye un verdadero tesoro para el lector español preocupado por la poesía de nuestro siglo.
Tras repasar la lista, se verá que el denominador común que todo lo unifica es el del feminismo, y no solamente eso, sino, dentro de él, el feminismo lésbico, ya que trece de los nombres propuestos eran lesbianas, desde las más provocadoras y apologéticas -como Natalie Barney- hasta las más dolorosas -Djuna Barnes-, o «normalizadas» y estables, como Gertrude Stein y Toklas o las dos libreras de la calle del Odéon. Sorprende la ausencia de un nombre como el de Radclyfe Hall, la célebre autora de «El pozo de la soledad», que es eliminada casi de un plumazo por ser una mujer homosexual «masculinizada», pero se explica la de las francesas «Rachilde» o Noailles, básicamente heterosexuales, lo que asimismo choca con la presencia de Colette, que, si bien lo hizo en algún momento de su vida a derecha e izquierda, también lo fue (hetero) de manera radical. Pero esta presencia viene impuesta por la importancia radical de la novelista francesa en la historia y en la literatura, y hasta en la evolución del feminismo en nuestro siglo, aunque sin duda rompe la homogeneidad del grupo elegido, básicamente anglosajón. En realidad, también Gertrude Stein es parcialmente rechazada por la «conyugalidad» de su lesbianismo, aun reconociendo el gran valor de sus aportaciones literarias dentro del modernismo anglosajón. Y de hecho, otras escritoras más o menos heroicas como Nin y Rhys, poco o nada tuvieron que ver con el resto del grupo ni con el feminismo en general, Edith Wharton -la gran discípula de Henry James- fue un gran modelo burgués para la novela norteamericana de la época, y hasta la genial Djuna Barnes, tras escribir el doloroso y magistral testimonio de «El bosque de la noche», decepcionada de todo, se refugió en la soledad y la misantropía al final, durante más de cuarenta años.
El libro rechaza de plano figuras y obras como las de Ezra Pound o Marcel Proust -homosexual vergonzante en opinión de la autora- o apenas roza otras como las de André Gide, Pierre Louys -autor erótico a quien se califica, con manifesto error, de homosexual a su vez- o Rémy de Gourmont, el gran crítico francés tan admirado de Pound, que tan estrechas relaciones literarias mantuvo con Natalie Barney, a quien dedicó sus «Cartas a la Amazona». El ataque contra lo que aquí se denomina «cultura patriarcal» es tan constante y obsesivo que, al final, el método del libro resulta perfectamente reduccionista. Un ejemplo extraído del ataque a Ezra Pound en la página 49: «Más importante que especular acerca de quien tenía un ojo crítico más certero es percatarse que las relaciones de Pound con las mujeres eran difíciles y tensas». O cuando se señala que el mismo Pound es recordado «por sus importantes aportaciones literarias», mientras que la de «las mujeres modernistas ha sido ignorada y subestimada». Vaya por Dios, si esto es crítica literaria que baje y lo vea.
El feminismo ocupa un lugar importante dentro del pensamiento contemporáneo, pero la crítica literaria inspirada en él, preferentemente francesa y norteamericana, todavía no, quizá por su tendencia a autoconsiderarse como un método totalizador, que puede dar razón de todo. Su testimonio, liberador y hasta revelador de obras y figuras importantes, es muy estimable, pero en ocasiones cae en excesos discutibles. Si el feminismo no da razón de toda la realidad -en todo caso sólo podría darlo de su mitad- el feminismo lésbico todavía puede ser más reductor si se emplea con tal espíritu «evangelizador» y revanchista, de la misma manera que si existe una estética «de lo» homosexual en el terreno masculino, sus extrapolaciones conducen a extravíos más espectaculares y divertidos que certeros. Estos caminos, fértiles en cuanto revelan zonas poco explotadas -por demasiado explotadas, silenciadas y alienadas- de lo real, no pueden ser transitados, por su propio bien, con espíritu tan vindicativo. "
RAFAEL CONTE- ABC literario (s/f)
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